Sosiego.
La
Sierra de Guadarrama se expande en sus cumbres. Llegar a las primeras lomas del
Pico del Nevero supone entrar en una región de amplitud donde el alma puede
galopar entre sueños, esperanzas y aleluyas más allá de las fronteras sin
sentido de la tierra. Sí, más allá, porque se descubre el sol y el aire que
llegan montados sobre la nevada y van viajeros entre la lumbre y el sosiego,
sin otras lindes y sin miedo. Las cumbres del Nevero mezclan Castilla, entre
Madrid y Segovia, con otras tierras y otras montañas.
La Sierra de Guadarrama se ensancha en la cima del Pico del Nevero. En primer
plano ruinas de trincheras desoladas y de llanto, al fondo Peñalara vive como
antorcha de esperanza.
Dos
mil doscientos nueve metros se desparraman entre risueñas laderas, dan paso a
prados de llanura en dos provincias, vigilan los embalses del río Lozoya. Hemos
superado los pinares ocultos entre la nieve caída estos últimos días, ya
estamos a mil novecientos metros de altura y ¡entonces! ¿Milagro de la
naturaleza? Hermosura, alivio, respiro…la vista se abre hacia lejanos paisajes
de nieve y montaña. Los nombres que tantas veces me dijera Jose van ocupando
asiento en mi campo de visión.
Silencio.
La
montaña toma la palabra.
En esta zona me mostró Jose las cornisas que forma la nieve sobre los
precipicios y que, en cualquier momento, pueden ocasionar una avalancha.
Nombra
con nombres de tiempo inmemorial los puntos que relucen bajo la nevada. Delante
de nosotros el circo en forma de zeta del que toma nombre toda la montaña.
Estamos
subiendo a la cumbre de uno de los miradores más sorprendentes de la Sierra: Abajo, el
Valle del Lozoya señero y verde esta mañana de primavera, siluetas de pueblos,
remansos de embalses; el macizo de Peñalara es un tambor inmenso con sonidos
que retumban a través de los siglos; más lejos se perfilan, con su nieve blanca,
las cumbres de Gredos.
Los dos pinos con los que mantuvimos una dilatada conversación de la que
solamente transcribo el sentido resumen.
Bajo
nosotros han quedado los pinos asombrados: empleamos algún tiempo conversando
con dos de ellos que resisten a las calamidades del clima más arriba de dos mil
cien metros. Nosotros pensamos que son héroes de la montaña y ellos nos aclaran
que están allí como vigías hacia el otro lado de las laderas, además tienen
como misión encaminar a los montañeros hacia la cumbre. Los dos pinos
solitarios en la montaña, bajan algunas noches de calma para conversar con sus hermanos pinos de los valles y con los robles que tienen su territorio en las praderas
más bajas.
Sierras de Ayllón y de la Puebla.
Al otro lado del Puerto de Navafría
bostezan historias viejas el Reajo Alto
y la Muela, que dan paso a las cumbres de Ayllón, a la soberbia solemnidad de
Peña la Cabra y la Sierra de la Puebla; nombres y Sierras, cumbres y metas de
otras jornadas llegan a visitarnos en este momento que estamos sentados
conversando con las ruinas de lo que fueron trincheras donde acaso esté escrito
parte de un pasado de sangre, terror y dolores inútiles. Solamente los hombres
somos capaces de arrancarnos las entrañas porque “me han mirado mal”, “porque
tus palabras no son mis palabras”
Silencio.
La cumbre calla.
Cumbre del Pico del Nevero. Al fondo se adivina la nieve en Gredos.
Hemos llegado a la cima. Hemos
dibujado un mapa de geografías inmensas en la silueta del alma. Desde aquí
saldrán millones de caminos hasta los corazones de todas las sonrisas y de
todos los rostros, de todas las manos y de todas las entrañas. Subir a la
montaña es tejer mantos de libertad solidaria, de verdor y naturaleza
compartida. Llegar a la cumbre lleva
tiempo, lleva sentir tranquilas las pisadas y la mirada serena, llegar a la montaña es
el destino del corazón, de la mente, del alma.
Javier Agra.
Yo también he subido por ahí. Comimos con bastante viento al abrigo de esas paredes de piedra. Muy buenas las fotos.
ResponderEliminar