Por el camino de
mis días van naciendo mapas y rutas de montaña, como las flores junto al
sendero de las primaveras o como las setas pálidas en las madrugadas del otoño.
Junto a los
vértices de las cumbres de Pico del Nevero se depositan insomnes voces
quejumbrosas que van arañando mi vida letra a letra; las mismas palabras que
antaño no eran más que vuelos litorales, hoy son martillos sobre mis sienes y
van haciendo nido en mi interior; las confidencias que eran susurros en aquellos
años de infancia han aumentado el volumen hasta el grito de la edad madura y me
aúpan en textos de recuerdos camino de las estrellas prolongadas, más allá de
los mapas.
Estamos en las
cumbres del Nevero, así en plural; porque abriendo los ojos la anchura de las
montañas se expande y abriendo el corazón se dilata en lienzos infinitos por
donde se mueven los cuerpos de las especies naturales en bailes de cercanía y
contrapunto. En la montaña una llanura puede elogiar a la cumbre y el glaciar
loar a los campos de amapolas; en la naturaleza no existe la ausencia, cada elemento
es vida, cercanía solemne y apoyo al conjunto. En la montaña se abrazan el
silencio y el grito en queja permanente ante los dolores que oprimen a las cien
mil generaciones de humanos que transitan por los imperecederos senderos de las
cumbres.
Las cumbres del
Nevero no distinguen entre los días nublados y los días de sol, así nos enseñan
que la vida aúna amistad y trabajo, libertad y entusiasmo. Agua y poesía se
deslizan entre la maleza y las rocas, entre el aire y los fantasmas de todos
los tiempos, más arriba de los pinos que sueñan que las casas sean hogares, los
edificios bibliotecas, las construcciones hospitales para todos y escuelas
compartidas entre la educación y la cultura. De repente la música de las
cumbres trae a los montañeros una orquesta de triunfos y de inicios inconclusos;
los montañeros saben que no están solos, la mochila siempre cargada de
ilusiones y recuerdos, de diccionarios y vuelos de pájaros; los montañeros
cabalgan silenciosos sobre las auroras que ponen luz en las sombras de todos
los tiempos, en sus manos llevan flores nuevas para limpiar las heridas del
miedo y el desconsuelo.
Sobre las
cumbres del Nevero, los montañeros unen el cielo y el mar y posan la luna entre
los rojos claveles del tiempo, entre raíces del amor que florece en las
madrugadas de los días venideros.
Javier Agra.
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