jueves, 9 de mayo de 2013

CASTRO VALNERA




La historia de la subida a esta montaña puede tener muchos comienzos y un solo final.

Imaginamos la cumbre por las muchas veces que la habíamos estudiado para aprender de memoria su recorrido. Entonces nos adentramos en el campo que otrora fuera verdes bosques y hoy intrincada nevada sin dejarnos otro campo visual más que la nieve alrededor, parecía que habíamos entrado en un fiero campo de batalla contra los elementos: allí, Jose y yo, aparecíamos y desaparecíamos engurruñados entre la nevasca caída; continuamos no obstante porque nos consideramos montunos, superamos mil adversidades y sucumbimos a la fuerza de los vientos y la nieve.

El campo verde de otros tiempos se cercaba sobre nosotros en campo de concentración, no habíamos conseguido superar la zona arbolada de los pastos cuando doloridos y fatigados regresamos antes de que se tornara para nosotros en camposanto. La nieve era mordaza en nuestra cara que no en el pensamiento, siempre activo aunque morigerado. Pisada a pisada, resoplido a resoplido salimos más allá de donde las hayas se batían a nuestro lado contra la furia de la naturaleza; el Valnera había construido morrenas de nieve para defenderse de nuestro avance.



Superamos calamidades sin final como marionetas de trapo que dan consistencia a todas sus acciones porque la vida es suspenso y creación a cada segundo; los minutos eran casi una eternidad bajo las cuchillas de nieve en el rostro y nosotros queríamos engullir el esquivo sol esta mañana de mayo para calentar el alma y el cuerpo; en medio de la tormenta me acompañaba el niño que fui con sus despreocupados juegos, el mozo displicente, al compasivo adulto que llevo en la mochila y, apenas unos pasos por delante, el anciano silencioso con cadencia en la respiración, en la mirada y en el alma: no puedo ir más arriba –me decía– regresa donde la tierra baila con la luna en la serenidad de las madrugadas.



Y yo, que se que la felicidad de la montaña, consiste en la forma de subir y en el brillo dulce de la meta en la cumbre, regresé nuevamente entre el aplauso de las hayas. Regresé y arrastré en mi viaje de retorno a Jose, y arrastré al agua de los arroyos bajo la nieve, y arrastré mis pies descalzos de zancadillas y traspiés, y volé con las aves ausentes hacia la cumbre aprendida del Castro Valnera.

El Castro Valnera es la cumbre de las Merindades de Burgos. Tiene tres hijos poderosos –me había dicho Jose – allí nace el río Miera, allí nace el Trueba, allí se inicia el Pas…allí está… muy cerca del Puerto de Lunada. Las otras cosas de la cumbre y sus laderas las puedes mirar –amable lector – en cualquier página de las muchas que pueblan el dilatado mundo de la comunicación. Yo deposito aquí mi Castro Valnera, el que se me pegó al corazón cuando intenté darle cima desde las Cabañas de El Bernacho, entre la nieve y la niebla.  



Esto es lo que he visto y es menos de lo que se. La experiencia fue de gozo y nieve, de botas mojadas para la marcha de mañana y alma libre entre los cuchillos de la nevada.

Javier Agra. 

1 comentario:

  1. ¡Vaya nevada primaveral! Sois unos tipos duros, que caminar así, con la nieve en las corvas, es duro.
    Un abrazo.

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