La historia de la
subida a esta montaña puede tener muchos comienzos y un solo final.
Imaginamos la cumbre
por las muchas veces que la habíamos estudiado para aprender de memoria su
recorrido. Entonces nos adentramos en el campo que otrora fuera verdes bosques
y hoy intrincada nevada sin dejarnos otro campo visual más que la nieve
alrededor, parecía que habíamos entrado en un fiero campo de batalla contra los
elementos: allí, Jose y yo, aparecíamos y desaparecíamos engurruñados entre la
nevasca caída; continuamos no obstante porque nos consideramos montunos, superamos
mil adversidades y sucumbimos a la fuerza de los vientos y la nieve.
El campo verde de
otros tiempos se cercaba sobre nosotros en campo de concentración, no habíamos
conseguido superar la zona arbolada de los pastos cuando doloridos y fatigados
regresamos antes de que se tornara para nosotros en camposanto. La nieve era
mordaza en nuestra cara que no en el pensamiento, siempre activo aunque
morigerado. Pisada a pisada,
resoplido a resoplido salimos más allá de donde las hayas se batían a nuestro
lado contra la furia de la naturaleza; el Valnera había construido morrenas de
nieve para defenderse de nuestro avance.
Superamos calamidades
sin final como marionetas de trapo que dan consistencia a todas sus acciones
porque la vida es suspenso y creación a cada segundo; los minutos eran casi una
eternidad bajo las cuchillas de nieve en el rostro y nosotros queríamos
engullir el esquivo sol esta mañana de mayo para calentar el alma y el cuerpo;
en medio de la tormenta me acompañaba el niño que fui con sus despreocupados
juegos, el mozo displicente, al compasivo adulto que llevo en la mochila y,
apenas unos pasos por delante, el anciano silencioso con cadencia en la
respiración, en la mirada y en el alma: no puedo ir más arriba –me decía– regresa
donde la tierra baila con la luna en la serenidad de las madrugadas.
Y yo, que se que la
felicidad de la montaña, consiste en la forma de subir y en el brillo dulce de
la meta en la cumbre, regresé nuevamente entre el aplauso de las hayas. Regresé
y arrastré en mi viaje de retorno a Jose, y arrastré al agua de los arroyos bajo
la nieve, y arrastré mis pies descalzos de zancadillas y traspiés, y volé con
las aves ausentes hacia la cumbre aprendida del Castro Valnera.
El Castro Valnera es
la cumbre de las Merindades de Burgos. Tiene tres hijos poderosos –me había
dicho Jose – allí nace el río Miera, allí nace el Trueba, allí se inicia el Pas…allí
está… muy cerca del Puerto de Lunada. Las otras cosas de la cumbre y sus
laderas las puedes mirar –amable lector – en cualquier página de las muchas que
pueblan el dilatado mundo de la comunicación. Yo deposito aquí mi Castro
Valnera, el que se me pegó al corazón cuando intenté darle cima desde las
Cabañas de El Bernacho, entre la nieve y la niebla.
Esto es lo que he
visto y es menos de lo que se. La experiencia fue de gozo y nieve, de botas
mojadas para la marcha de mañana y alma libre entre los cuchillos de la nevada.
Javier Agra.
¡Vaya nevada primaveral! Sois unos tipos duros, que caminar así, con la nieve en las corvas, es duro.
ResponderEliminarUn abrazo.