Amanece mayo entre las crines de la niebla.
Oñati duerme al filo del agua.
Inclinamos la cabeza con respetuoso saludo al
pasar ante la fachada de la universidad vieja Sancti Spiritus, continuamos
buscando carteles para llegar a Aránzazu.
Sirimiri y calcetines secos para comenzar la ruta
– las botas están muy mojadas de la marcha de ayer –. Comenzamos.
Los dos viajeros – hasta que no superemos los
llanos de Urbía, nos consideraremos solamente viajeros, después ya veremos –;
los dos viajeros nos podemos dedicar al gozo de la contemplación, el sendero es
muy plácido y está tan marcado que se sube por él sin posible extravío buscando
las cumbres del macizo de Aitzgorri. En silenciosa conversación con la
naturaleza, hemos dejado atrás la puerta verde y el letrero que nos marca la
dirección al collado Elorrola y Urbía; ahora son las hayas quienes conversan
tintineos de agua recién caída y de leyendas viejas; sigilosas pisadas y
ocultas miradas de algún Gorri Txiki marcan el ritmo de nuestro ascenso entre
la niebla y la esperanza.
El cielo de esta mañana duda entre el oscuro y el
agua, entre la palabra del bosque y la niebla que baila. Las formas de los
montes van pasando de la retina hasta el alma y allí anidan entre el verdor y
la mirada; los montes vascos con pupilas de siglos y brotes de brillo, danzan
siempre melodías de algún mágico txistu. Un eiztaria viene a nosotros por el
camino, salido de golpe de entre las nieblas…después de conversar con él parece
que, más que un antiguo misterioso cazador condenado a recorrer los montes
vascos, es algún andarín mañanero que ha llegado – según nos acaba de comentar
– hasta el Collado Elorrola, apenas cien metros más arriba de donde estamos
detenidos a beber un sorbo de agua.
Ya estamos pues en el Collado. Esta vista es la
que se puede gozar y ante la que los viajeros quedan extasiados un buen rato.
Agradezco a la naturaleza que haya permitido al Komandokroketa hacer esta foto
del conjunto de las cumbres; agradezco al citado colectivo de montañeros sus
tenaces, acertadas y agradables descripciones de numerosos lugares de montaña.
Seguimos la línea de árboles, superamos la ermita
de Nuestra señora de Arantzazu que da paso a la campa de Urbia; es un amplio
espacio de verdor vital, de sosiego conectado entre la naturaleza y el alma, de
calma adormecida entre los susurros de la historia, de sueño dibujado a través
de siglos; una ráfaga de sol nos mostró el color de la ilusión entre las rocas
plateadas del fondo, el agua libre de la plataforma verde, el vuelo sigiloso de
las aves que mostraban el camino; en la campa de Urbia están dormidos todos los
siglos de la historia en un tic-tac y las hierbas nuevas crecen sobre las
raíces antiguas cuando las Lamias bondadosas tejían caminos para guiar a peregrinos
despistados.
Importantes corrientes de agua se filtran por
algún secreto ojo para salir en forma de luz no sé cuántos miles de metros más
abajo entre alguna gruta caliza llena de caprichosas estalactitas y estalagmitas.
Meditabundos, silenciosos, pletóricos, ensoñadores, Jose y yo – los dos viajeros
de las montañas vascas – estamos llegando a las txabolas de Arbelar (lo escribo
con los caracteres vascos, además de porque así lo escriben en aquellos
lugares, porque para una mente castellana, las chabolas tienen un cierto sonido
de desprestigio) construcciones elegantes para el descanso de los pastores y
algunas para residencia temporal. Pocos metros (¿doce? ¿veintiuno?) antes de
llegar a las txabolas, sale hacia la izquierda un camino que evita cruzar las
viviendas…hoy encontramos caballos de hermosas patas y frondosas crines.
Comienza la ascensión, enseguida el prado sedoso
se muda en rugosa piedra; la suavidad verde se hace áspero pedregal. Tal vez
aquí Jose y yo – viajeros por las montañas vascas – nos transformamos en
montañeros. Así vamos subiendo entre el recuerdo de los lirios y la presencia
de la niebla hasta la veleta…situada a mil cuatrocientos metros en medio del
pedregal…en medio de la nada… ¡claro que cumple una misión! Nosotros
descansamos a su pie con la disculpa de la foto.
Sobre nosotros, asomando
entre el vaivén de la niebla, están dos cumbres que tenemos intención de
coronar. Las cimas de Aitxuri y Aketegui tienen un velo de misterio acunado entre
las rocas de sus laderas. Vamos, esperadnos.
Javier Agra.
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