Apenas unos pasos más allá de la referida veleta,
dicen los escritos que sale una escondida senda que evita durante un trecho las rocas puntiagudas, frente al Aitxuri…hoy está cubierto por la nieve…nosotros descansados…el trago de agua reciente…una
docena de Aaris parloteando en derredor…comentamos a los aaris – geniecillos
servidores de la diosa Mari – nuestro intento de ascender y nos proponen subir
“a saco” por el roquedo arriba.
Y aquí estamos Jose y yo – ahora sí, ejerciendo
de montañeros – buscando la cumbre entre la niebla y el bostezo de la hora
avanzada de la mañana. Bajo nuestros pies, la caliza ha formado singulares karst con figuras risueñas y felices. Paso a paso estamos de conversación con las
piedras sigilosas donde anidan los aaris mitológicos, que se defienden del gato
montés y de las águilas calzadas, ocupadas ahora en velocísimo vuelo del
hayedo, que hace rato dejamos más abajo, a la despoblada cumbre, que se acerca
a nosotros con arrugas de siglos y misterioso juego del escondite.
Cima del Aitxuri.
Acompañados por la procesional estantigua de
piedras, llegamos al Aitxuri, escalamos el punto más elevado de esta cadena
montañosa que entrelaza los montes de Cantabria con el Pirineo. Aquí nuestra
sonrisa se une a la música del tamboril que duerme silencio de siglos sobre la
cumbre…aquí recuerdo los tres años que fui vizcaíno allá en el final de mi
infancia cuando la ría del Nervión soñaba con las playas de Plencia y Algorta antes
de que el superpuerto se tragara las arenas cálidas…aquí recuerdo el sonido festivo
del tamboril y el txistu. Más tarde, emigrante en tantos lugares de la geografía,
he visto tambores de varios tamaños, desde atabalillos hasta grandes tambores de
diferentes nombres sonando en diversos pueblos y he visto flautas de tres agujeros
desde el primitivo silbo que construíamos en mi niñez hasta la siringa de múltiple
musicalidad. Dejo el exordio.
Cima del Aketegi
Cumbre adelante Jose y yo, tal vez acompañados por
un falansterio de invisibles amigos, continuamos adelante hasta llegar en pocos
minutos a la siguiente cima: el Aketegi. Aún conserva el vértice geodésico pues
hasta hace poco tiempo se le consideró más alto que el anterior. Nosotros llegamos,
nos sentamos y nos sentimos unidos a este nuevo espacio de montaña. Conversamos
con veneración con Ama-lurra, la gran creadora Mari que llena de luces la comarca
y alumbra a quienes quedan en tinieblas. Sin duda está hoy paseando por estos lugares
en forma de niebla persistente y húmeda. Ella, que protegió a los primeros vascos
cuando las glaciaciones asolaron toda la región y los hizo regresar en el momento
en que la tierra tornó a ser fértil, sabrá guiar nuestros pasos entre esta niebla
de quita y pon hasta la última de las cumbres que hemos apuntado en nuestro mapa
para esta jornada.
Un recuerdo del Aketegi para ellas.
Antes de seguir, añado estas flores que ya están haciendo
racimo amoroso. Que sean un beso para las mujeres de nuestras casas que nos cuidan
siempre como la diosa Mari, porque ellas son diosas de la paz y de la paciencia.
Ahora sí, después de este homenaje –sencillo y pobre–
salimos hacia el Aitzkorri.
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