¿Qué decir en medio de la niebla que acobarda las mentes de las personas? ¿Qué hacer en una montaña donde en pleno día se tiñe de oscuridad y la luz son tinieblas? El temblor de la duda enraizó en los montañeros… ¡vamos, busquemos la salida!
Ahí estamos, Jose y yo con nuestras dudas, en los ocultos caminos de una montaña que recorremos por primera vez.
Nos sentamos y esperamos.
Mapa.
Mapa.
¡Saldrá el sol y podremos continuar!
Monte abajo llegaremos hasta el amplio camino trazado en dirección al pico Aitzkorri.
Monte abajo llegaremos hasta el amplio camino trazado en dirección al pico Aitzkorri.
Vista desde las cimas con Urbía a la derecha.
Jose, desde la inmensa prudencia del montañero, siempre
sobrevuela más allá de la dificultad. En la montaña me fío de Jose en
todo momento: hoy en las circunstancias en que la niebla nos envuelve y en
cualquier aventura sin par que se presente... De modo que, sin dudar, marco el
rumbo hacia la dirección convenida por Jose y... hete aquí que llegamos al
sendero en menos tiempo "que canta un gallo".
Ya estamos en la buena dirección. Ahora, como en la vida, es cuestión de caminar. Arriba, en el oculto espacio del éter y la atmósfera de las aves, el sol asoma su cara de plata sonriente sobre nosotros. Tres buitres que merodean cercanos pierden la esperanza de encontrar a dos desfallecidos. Nosotros, que nunca hemos tenido miedo a la montaña y siempre hemos respetado sus normas, sabemos que la cumbre es una especie de conquista, la cumbre pone trabas a los montañeros, pone nieblas, pone fatiga, pone rocas, pone cortadas, pone lluvia, pone ventisca, pone distancias… si los montañeros llegan a la meta, asoma en el rostro de la montaña una sonrisa y nos recibe siempre con abrazos. No pocas veces, los montañeros, sabemos que es momento de abandonar la aventura porque se transforma en riesgo, entonces damos un beso a la montaña y la emplazamos para otra próxima ocasión.
Jose en la cima
En esta ocasión ya estamos llegando hasta el Aizcolari que está coronando la cumbre del Aitzgorri. Nuestro espíritu está entre la calma infinita de las cumbres y la batahola gozosa del final de la búsqueda; sentados en la cumbre, suena un pizzicato musical en nuestro corazón y entonamos canciones en una diversidad de lenguas como si tuviéramos en don de la diglosia en esta tierra milenaria. Hasta nosotros llegan los geniecillos y pequeños duendes aaris y gorri txikis, hasta parece que nos contempla entre la niebla la diosa Abellion.
Ermita
Aquí somos respetuosos con la ancestral tradición y visitamos la ermita del Santo Cristo, que muy bien podría servir de refugio en caso de necesidad; paseamos las escarpadas rocas de la vertiente norte y saludamos a la diosa Mari de Aketegi que asoma su broncíneo brazo para saludarnos desde su inaccesible cueva; llegamos al refugio, el primero que abrió la Federación en el País Vasco. Del interior del refugio no diré ninguna palabra, solamente que comimos el alimente exquisito para saciar nuestro apetito.
Refugio
Ha salido el sol.
Regresamos por el sendero sin posible pérdida.
Aprovechamos cada recodo para hacer fotografías.
Cada paso hacia delante nuestro corazón se va llenando de ilusiones nuevas.
Tal vez sea preciso dedicar otras palabras a la montaña de Arantzazu.
Acaso extienda en más dilatado texto el entorno mágico de la localidad de Oñati.
Puede ser que… pero por hoy es todo.
Las txabolas de Arbelar.
Javier Agra
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