domingo, 12 de mayo de 2013

ESPINOSA DE LOS MONTEROS


Llegar a Espinosa de Los Monteros es entrar saltando en la historia.
Este pueblo de la provincia de Burgos rayano a Cantabria fue tierra de Corniscos, feroces pobladores previos a los romanos; de visigodos; de constantes guerras de paso entre las tierras del llano y de montañosas tierras. Cuando aquellas tierras sin nombre ni dueño definido iban formando sus fueros, nacieron las Merindades – territorios bajo la jurisdicción del Merino, encargado de administrar la justicia del rey en la comarca –; en plena reconquista llegaron pobladores del Valle Navarro de Berrueza para continuar caminando por la historia y en los albores del siglo onceno con el Conde Sancho García se crearon los Monteros para defender y cuidar del soberano, así le fue dado apellido al pueblo conocido hasta entonces por la multitud de espinos que poblaban sus tierras y alrededores.

Nosotros llegamos a Espinosa, años y siglos más tarde, montados en caballos con motor y gasoil dispuestos a pasar la noche y pasar de largo. Pero no pudimos pasar; aunque nos fuimos, no pudimos pasar; hoy escribo este texto agradecido a sus gentes y su trato. Muchas veces pasé, siendo niño, asomado a las ventanas del viejo tren de carbón camino a Bilbao, mi infantil recuerdo nunca dejó de asombrarse de las formaciones calizas que coronaban los montes de roble y de haya.



Hoy nos alojamos en la casa Encanto – os saludo y agradezco el trato afable que nos dispensasteis en todo momento –. Tiene el pueblo una plaza con el nombre de Sancho García, custodiada por numerosos plátanos de sombra, donde pasea el sosiego entre las tabernas y los bancos de madera, a un lado el ayuntamiento a otro la iglesia de Santa Cecilia, tres naves con piedra de sillería cubierta de bóveda de crucería. El ábside se corona con la gran concha del apóstol Santiago, recuerdo acaso del antiquísimo y seguro camino que pasaba por aquí hacia Compostela, y culmina un retablo renacentista.


Casonas nobles conversan con el tiempo; allí permanece el Torreón de los Primeros Monteros, más allá la Casa de los Azulejos, la Casona aparece tras un recodo cuando aún conversamos sobre el edificio del último Montero; más de veinte casas de blasones viejos levantan canciones antiguas hacia los visitantes nuevos. Al otro lado del río La Torre de los Velasco, entre culantrillos y árboles dehiscentes, más que defender la Villa como hiciera antaño sirve hoy de mirador y de paseo entre verdes prados.

Presbiterio del templo de Santa Cecilia en Espinosa de los Monteros, con el retablo al fondo.

Ribazo abajo por una escalera de madera estamos en el Camino Olvidado, bajamos cantando recuerdos de la nieve y de las cumbres, paseamos junto al río Trueba nieto del acuoso Ebro; entre salgueros y chopos, el Trueba tiene una presa que remansa en tiempo del estío para solaz de cuerpos cansados o para entretenimiento de cuantos quieran tomar un baño, un río sosegado para este pueblo pretérito y presente entre la historia y el cuento, entre la libertad y el sueño.

En una capilla lateral, a la entrada del templo conversamos un tiempo con este Ecce Homo que lleva a su espalda los latigazos de todos los tiempos.

Espinosa de los Monteros, pueblo aprendido en la memoria de las escuelas de pueblo entre la bruma de nostalgia, atravesado a paso lento entre la niebla del tiempo y el humo del tren de carbón, el que dormía sueños de resurrección en la distancia de mi niñez será para siempre un juguete recobrado desde los balcones de sus casas, desde las sombras y los portales del paseo de esta tarde de mayo; el de los blasones dormidos en el tiempo con la historia navegando en las calles y en el viento, pueblo de espadas y de hierros, de dulce pasado y de presente con tardes de paseo entre los escudos y el agua, entre la escultural caliza y las praderas verdes donde antaño soñaron quienes se fueron a las fábricas a forjar recuerdos. El valor de Espinosa de los Monteros está en sus gentes que entregan el tiempo y la voz para que los viajeros sientan que han llegado a un lugar donde son “de la familia de toda la vida”

Javier Agra. 

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