Estos grandiosos días
de encinares castellanos, brillando en la penumbra, entre los vuelos tibios de
las matinales aves, traen nostalgia de siglo a las ventanas de las aldeas
dormidas; antaño eran bullicio de mineros en la madrugada, hoy los espectros
del pasado merodean en la niebla mientras el sol bosteza en los ribazos de los
cielos, en los oteros de estos suelos.
Eran caminos de mulos y
bueyes obreros, de vacas recién paridas, de rebaños de ovejas y cabras llenas
de humildad y fortaleza camino de la enramada; los mismos que recorrían los
mineros de madrugada, montaña arriba hacia el ojo oscuro de la tierra donde,
engullidos y silenciosos, participaban del tintineo monótono de martillos y raíces
profundísimas; los mismos ánimos de los labradores antes del alba cuando
mezclaban la iluminación matinal con las primeras luces de su mirada sobre la
siega y la cosecha.
Las flores de los
Prunos acogen nidos musicales de pájaros y transforman la luz del sol en
sonrisas de colores. (La fotografía está tomada por Elena)
Las encinas de la
llanura se han metamorfoseado en rebollas cuatrocientos metros más arriba y
luego en pinos de la sierra. Las ramas cambian de nombre paro aventan la misma
brisa y alivian con igual sombra a todas las aves de la tierra y a los animalillos
tímidos que juegan o buscan frutos para la supervivencia. Sobre las encinas los
nidos ponen maduros los huevos, bajo las encinas las ovejas paren brillantes
corderos, mientras el silencio de la sierra se hace melodía en el agua de los
arroyos y en los trinos.
El mar. La Sierra
cierra los ojos y entona una melodía de sirenas, baila entre las olas de las
ondinas azules, salta entre las cumbres con el pacífico hipocampo, peces
centauro; la Sierra comparte misterios con los espíritus voladores de las nagas
de tierras lejanas, dulces, inteligentes y sabias. Pero este es un mar de
montañas y de rocosas figuras donde se mezclan la magia del mar, los vientos de
las esferas, la energía de los planetas en un sueño de olas y de cavernas.
Más arribas de los
robles y los pinos aparece la montaña con nieve. Esta mañana estamos caminando
por las cercanías de la Maliciosa cuya cumbre se ve al fondo
Han quedado más abajo
los polvorientos senderos y los verdores de los sembrados; en las cumbres
sacamos la fuente de agua de las cantimploras de las mochilas – nosotros no
conseguimos hacer manar fuentes de las rocas aunque demos un golpe con el
cayado en que apoyamos el paseo mágico por la montaña como hiciera Moisés una
vez en el desierto camino de la tierra prometida –; aquí arriba no hay
palmeras, ni oasis, ni la brisa de la arena; en la montaña nos acompaña el sol,
el cierzo que reseca los matorrales, el cálido viento del mediodía o el lebeche
con suspensión de arena. Aquí arribe están los buitres solitarios o las
emparejadas águilas, las chovas que pasan en bandadas y nos miran entre
curiosas y asustadas; las aves no saben explicar cómo estos seres de tamaño tan
grande y sin alas pueden subir a las
cumbres.
Las cumbres de
Ayllón relucen vistas desde el Porrejón.
Pero los montañeros
subimos allá donde los pensamientos son libres y donde vuela el alma. Subimos
desde la música de arpa de los chopos de las riberas, donde el agua medita
primaveras, hasta las cimas en que los arroyos inician su vida en troneras y
cascadas.
Javier Agra.
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