lunes, 1 de abril de 2013

ABRIL 2013


Estos grandiosos días de encinares castellanos, brillando en la penumbra, entre los vuelos tibios de las matinales aves, traen nostalgia de siglo a las ventanas de las aldeas dormidas; antaño eran bullicio de mineros en la madrugada, hoy los espectros del pasado merodean en la niebla mientras el sol bosteza en los ribazos de los cielos, en los oteros de estos suelos.

Eran caminos de mulos y bueyes obreros, de vacas recién paridas, de rebaños de ovejas y cabras llenas de humildad y fortaleza camino de la enramada; los mismos que recorrían los mineros de madrugada, montaña arriba hacia el ojo oscuro de la tierra donde, engullidos y silenciosos, participaban del tintineo monótono de martillos y raíces profundísimas; los mismos ánimos de los labradores antes del alba cuando mezclaban la iluminación matinal con las primeras luces de su mirada sobre la siega y la cosecha.

Las flores de los Prunos acogen nidos musicales de pájaros y transforman la luz del sol en sonrisas de colores. (La fotografía está tomada por Elena)

Las encinas de la llanura se han metamorfoseado en rebollas cuatrocientos metros más arriba y luego en pinos de la sierra. Las ramas cambian de nombre paro aventan la misma brisa y alivian con igual sombra a todas las aves de la tierra y a los animalillos tímidos que juegan o buscan frutos para la supervivencia. Sobre las encinas los nidos ponen maduros los huevos, bajo las encinas las ovejas paren brillantes corderos, mientras el silencio de la sierra se hace melodía en el agua de los arroyos y en los trinos.

El mar. La Sierra cierra los ojos y entona una melodía de sirenas, baila entre las olas de las ondinas azules, salta entre las cumbres con el pacífico hipocampo, peces centauro; la Sierra comparte misterios con los espíritus voladores de las nagas de tierras lejanas, dulces, inteligentes y sabias. Pero este es un mar de montañas y de rocosas figuras donde se mezclan la magia del mar, los vientos de las esferas, la energía de los planetas en un sueño de olas y de cavernas.

Más arribas de los robles y los pinos aparece la montaña con nieve. Esta mañana estamos caminando por las cercanías de la Maliciosa cuya cumbre se ve al fondo

Han quedado más abajo los polvorientos senderos y los verdores de los sembrados; en las cumbres sacamos la fuente de agua de las cantimploras de las mochilas – nosotros no conseguimos hacer manar fuentes de las rocas aunque demos un golpe con el cayado en que apoyamos el paseo mágico por la montaña como hiciera Moisés una vez en el desierto camino de la tierra prometida –; aquí arriba no hay palmeras, ni oasis, ni la brisa de la arena; en la montaña nos acompaña el sol, el cierzo que reseca los matorrales, el cálido viento del mediodía o el lebeche con suspensión de arena. Aquí arribe están los buitres solitarios o las emparejadas águilas, las chovas que pasan en bandadas y nos miran entre curiosas y asustadas; las aves no saben explicar cómo estos seres de tamaño tan grande y sin alas pueden subir  a las cumbres.

Las cumbres de Ayllón relucen vistas desde el Porrejón.

Pero los montañeros subimos allá donde los pensamientos son libres y donde vuela el alma. Subimos desde la música de arpa de los chopos de las riberas, donde el agua medita primaveras, hasta las cimas en que los arroyos inician su vida en troneras y cascadas.

Javier Agra.

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