Regresamos. Al cruzar el Portillón Superior, está
declinando el día sobre las cumbres del Pirineo. Al regreso le llamaban los
griegos nostalgia, para los montañeros es el gozo de mantener activa en la
mente la imagen recién vivida en las cumbres. Inmensas olas de roca entre las
sienes azules del cielo limpio. Alguna florecilla de las llamadas Botón azul
está lamiendo el sol escondidas entre las infinitas rocas que aparecen ante
nosotros para indicarnos el camino que hemos de recorrer, ahora con una cierta
celeridad porque el tiempo apremia. Hermosas flores de tallos desnudos estas
Jasione laevis con dulce apariencia de sirena, pero los montañeros no podemos
detener nuestros pasos, hemos de continuar ladera abajo, ahora que la luz
remonta el vuelo sobre las lejanos pinares, sobre el águila real de blanquecino
plumaje.
Hemos estado en la cumbre del Aneto, nuestras
pupilas aun brillan reflejos de nieve sobre las vivencias del alma. Lentas
pisadas sobre las marcas de otros crampones y nosotros, nieve adelante, llevamos
el susurro suave del mar, la armonía majestuosa de las olas, las plegarias de
las riberas hasta las cumbres dormidas de siglos y vibrantes de corazones y
caminos. Desde los misteriosos mares hasta las oscuras cumbres donde azota el
viento, llegamos los montañeros con siglos de voluntad en las mochilas. A
nuestros pies, el Lago de Coronas es un eslabón entre las viejas cumbres y el
verde de las praderas donde quedan esperando las campanillas azules de las
flores llamadas Digitalis Purpurea, aunque a nosotros nos sigue siendo más
fácil recordarlas como Dedalera o Guante de Nuestra Señora.
Bajo nuestros ojos, el Lago de Coronas.
Nieve virgen junto a los senderos tantas veces
pisados esta jornada. Porque somos muchos montañeros, pero la montaña es más
amplia; tiene nieve para entregarnos y conserva mucha más para la vista, a esta
hora en que el día perezoso comienza a escabullirse sobre los nombres de las
cumbres que nos rodean. ¡Soy tuya dice la nieve perpetua, soy tuya canta la
montaña mientras el montañero le entrega la sonrisa, la fatiga, el alma de su
marcha! Declina el día con sus pupilas cansadas, los montañeros dejan las
cumbres entre las conversaciones de las cornejas y las águilas culebreras. A
los montañeros aún les suenan los reflejos del lejano Cotiella, del Turbón
majestuoso, los picos de Eriste escondidos, el Perdiguero que es encuentro
entre España y Francia, El Posets – tendré que volver a la escuela para aprender
que es la segunda cumbre del Pirineo por delante del Perdido –, bajo la cumbre del
Aneto la nieve abre caminos hasta los lagos de Coronas como trampolín hacia el
Pico Aragüells y la aguja Juncadella.
El camino de regreso es lento. La fatiga de la
jornada hace aún más rugosas las repetitivas piedras, pero los montañeros saben
que es necesario conversar con ellas pisada a pisada antes de que la noche
caiga. Los montañeros saben que han sido dichosos pasando siempre por las
mismas piedras y agradecidos saben que la fatiga suena a arrullo y armonía, las
piedras del regreso son amigos que vienen de visita y palpitan sueños y
armonía. Entre las rocas nos espera una anémona o trébol dorado (Hepatica Nobilis), acaso ella también
hubiera preferido vivir en medio de los pinos y protegida por otras poderosas
hierbas como la mayoría de sus hermanas, pero ha venido a animar a los
montañeros, aquí les deja su poderosa hoja verde firme entre la piedra,
acompaña a los montañeros como silencioso grito de ánimo en la tarde que
acecha.
Cima del Aneto.
Entre el sol que se agota y los pensamientos que
nacen al calor de las rocas, piensan los montañeros que también la vida en una
ráfaga de sol que vuela silenciosa como la collalba gris que les ha seguido un
momento antes de continuar volando hacia los pinos que ya están cerca, seguramente
se acercará al agua para despedirse de la lavandera de vistoso plumaje. Los
montañeros, que han pisado agua montaña abajo sienten alivio al saber que, si
cae la noche entre las peñas, podrán seguir la ruta por el canto monótono de la
rana bermeja. Está cayendo la noche, tal vez entre las plantas de altura esté
escondida alguna orquídea de Dama, tal vez… pero los montañeros ya solamente
vez las piedras blancas que apuntan el sendero cuando el sol se apaga sobre los
prados del Refugio de La Renclusa. La noche baja por la ladera retorcida de la
montaña. En la hora nocturna del regreso, los montañeros saben conversar con
las flores, deleitarse en el vuelo solemne del mirlo y la corneja, escuchar el
silencio veloz del sarrio en las cumbres o el grito agudo de la marmota
llamando a su camada.
Más que nostalgia, los montañeros tendrán recuerdo,
tendrán anhelo permanente del Aneto. Anhelo permanente de ser personas en
crecimiento hacia su cumbre. Anhelo permanente de la música del viento
recorriendo el camino entre la roca y los luceros, anhelo creciente de tu
nombre en la aurora de todos los tiempos.
Javier Agra.
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