Desde el aparcamiento de los Llanos
del Hospital, nos lleva un autobús hasta la Besurta. Quienes hicieron este
recorrido a pie, años atrás en ascensiones previas, aseguran que es un paseo
hermosísimo por él mismo. La mayor parte de los recorridos dentro del Pirineo
son de una belleza que se cose al alma de modo imperecedero: este sendero, por
el que transitan hoy muchos paseantes entre el aire y la luz, es uno de ellos.
Es brillo de agua y verde silbando esperanzas en las praderas.
De las praderas de la Besurta dice
la toponimia que su nombre indica estar “debajo del aserradero” y añaden
algunos autores fotografías el inicio del siglo veinte que invitan a pensar que
sobre el pinar de la zona se realizaba alguna actividad de tal calibre. Lo que
ello sea de cierto, no lo sé. Pero sí puedo atestiguar su asombrante belleza
actual. Desde los llanos de la Besurta hasta el Refugio de La Renclusa, la
subida es un relajante paseo durante la caída del sol de esta tarde cuando el
verano avanza y las preocupaciones han dejado su lugar al gozo de las cumbres.
Esta noche será agradable en el reformado Refugio de la Renclusa, con
habitaciones de pocas literas; nos parece estar en un hotelillo de montaña. A
dormir que mañana toca inaugurar un cielo de estrellas.
Las últimas estrellas seguramente
despertaron a las burras que merodean los alrededores y han madrugado aún más
que nosotros. Apenas se distingue el sendero hacia las cumbres, nos ajustamos
las botas y entonamos la canción del ánimo en nuestra mente deseosa de cima. La
ascensión al Aneto es muy dura, con esta sencilla descripción he visto
resumidas todas las publicaciones que sobre este recorrido he contrastado. De
modo que nos preparamos para la dureza e iniciamos la inmediata subida hacia el
Portillón Superior. A nuestra izquierda tenemos el Pico Renclusa, a este punto
de la marcha todo se va haciendo grande y nosotros pequeños, muy pequeños en
esta inmensidad de roca y maravilla casi mágica.
Rododendros.
La magia de la montaña y la
dificultad nos hacen caminar con prudencia sobre las huellas de otros
montañeros y de otros tiempos, con precaución para no despertar al gigante Ñetu
el de las malas pulgas; no encontramos a ningún ser de leyenda pero si podemos
descansar unos minutos para admirar la luminosa flor del rododendro, corto de
tallo y poderosos colores se deja admirar pero se defiende de los herbívoros
con la dureza de su veneno. Rododendro, lagartijas de verde y rojo sobre la
piedra dormida, la poesía sube a la montaña en cascabeles de lumbre, la piedra
llama a la vida entre silencios de sonrisas florecidas…Aquí un sorbo apenas y
continuamos la ascensión zigzagueante.
Vista del recorrido hasta el
Aneto, desde el Portillón Superior.
Inmenso zigzag ascendente entre
siglos y rocas, apunta el sol desde la zona del Aneto y deja sus llamaradas primeras sobre las cumbres del Pico de Alba alumbrando las nieves
de la subida, el aire es arpa en el rostro de los montañeros cuando asoman, de
paso, por el Portillón Inferior. Siguen subiendo los hitos y seguimos el camino
que bordea los altos de nuestra izquierda; allá, allá está la brecha que
anuncia la primera meta de la jornada. El Portillón Superior es austero y
sublime, conseguir esta visión es una grandeza de alma: se detienen los cantos
de las aves y las madrigueras de las marmotas callan en la asombrada vista.
Asombrados nuestros ojos conversan
con el corazón y cuentan sueños de la escuela cuando estudiábamos los picos más
altos del Pirineo; hoy nos acordamos que no éramos del todo fieles pues nos
dejábamos el Posets como segunda cumbre, después del Aneto y antes del Perdido.
Ante mi tengo esta primitiva mole de granito de los Montes Malditos, con varias
crestas que superan los tres mil metros y culminan, al fondo, con la fuerte
subida hasta la cumbre final de esta jornada. Crampones en los pies, ánimo en
el espíritu y a cruzar el glaciar; desde aquí hasta el Congosto del Ventamillo
hubo centenares de metros de glaciar, hoy camino sobre el mayor de los pocos
más de diez restos que quedan de aquella antigua mole – a la mayoría no se les
puede considerar más que como acumulaciones de nieve, acaso con carácter transitorio
–.
Al fondo el Aneto, pasamos por el nevero que hace senda bajo el Pico Coronas y el Collado del Medio.
La pendiente para cruzar el
glaciar, es suave. Nos tuvimos que quitar los crampones entre el glaciar de la
Maladeta y el del Aneto – si seguimos a este ritmo parece que en cien años no
verán nieve los montañeros que crucen por este lugar –. Conversando con el sol
y con el acentor alpino hemos llegado hasta el collado de Coronas; Jose y yo
recordamos la fábula de la tortuga y la liebre y continuamos la ascensión, con
la lentitud que nos caracteriza, para que la noche no nos encuentre por estas
pendientes.
La última pendiente hasta la antecima
ha sido dura, nos ha dejado exhaustos. Aquí llegué pensando en los árboles con
sombra y en los frutales dóciles de mi infancia cuando podía tomar néctar directamente
del peral; pensando en los poemas simples porque paseo por el azul del cielo y
brotan las rimas de las fuentes del subsuelo; pensando en los barcos griegos
que surcaban la mar en busca de la paz y las sirenas; pensando… y el sudor
había bañado mi mochila, mi camisa y mi cuerpo cuando llegamos a la antecima. Aquí
queda la mochila y el bastón, nosotros cruzaremos el Paso de Mahoma y
llegaremos a la cima.
Paso de Mahoma, visto desde la
antecima. Tal vez quince metros de suspiros y lamentaciones antes de conseguir
hacer la cima. Son expuestos, pero después del esfuerzo tenemos que concluir la
marcha al completo y llegar hasta la cima.
Y aquí estamos, ya en la
cumbre. ¿Terminado el recorrido? No, amables lectores; la ruta a la montaña se
da por concluida cuando los montañeros llegan nuevamente al punto de partida.
Javier Agra. Esta montaña tendrá más
entradas en mi blog, si la naturaleza, las divinidades y los hados me conceden
pluma y respiración.
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