Fue el dos de agosto,
de madrugada.
Se nos murió Pipa esta
madrugada, entre el brillo de las estrellas y la luz del alba. Así termina un
prolongado y gozoso capítulo de la vida de mi casa; trece años de atenciones
mutuas, de carantoñas y montaña. De repente aprendimos lo que es tener
desgarrada el alma.
Dormía su sueño como
cualquier final de jornada, estos últimos meses ya la cuidamos más de cerca, su
caminar era lento, más que con gestos ya conversaba con la mirada; esta noche
nos quedamos junto a su sueño, haciendo guardia por turnos de compañía
enamorada. Miró en derredor un instante, clavó en nosotros la mirada en una
despedida sin tiempo y se fue a buscar otras flores, otras sierras y otras
aguas.
Se nos murió Pipa, la
perra de las entrañas, ahora está conectada a nosotros a través de la tierra,
del aire, del silencio, de la música y la palabra. Porque formamos una misma
luz y una sola montaña con los que damos la mano, con los que pasaron y con
quienes vendrán mañana respirando juntos un espíritu sin tiempo.
Ha pasado un mes desde
aquel dos de agosto de frío recuerdo. Continuamos caminando paseos
desorientados en las madrugadas de Madrid, pero los paseos sin Pipa pierden el
sentido del olfato, de las hierbas que con ella contemplábamos se han ido los
aires olorosos que hacían vibrar su cola; siguen cantado las aves que con
ella admirábamos, ella musitaba susurros a los nidos de los pájaros y
cruzábamos saludos entre vuelos y malabares por los ribazos, ahora son los pájaros
en sus nidos quienes preguntan ¿y Pipa?; hasta las piedras que escondían
secretos que ella buscaba se están quedando mudas entre las encinas a media luz
del monte del Pardo; y ya no es fácil distinguir si es ausencia o son las luces
del alba que hacen brillos de agua en las mejillas durante los matinales paseos
por este Madrid solitario.
Pipa es un nombre de
familia, está en la sangre de nuestras entrañas, su nombre continúa en cada
paso por las habitaciones, su nombre suena cada vez que abrimos la nevera y
aparece comida en nuestras manos; su nombre es la sangre que pasa libre por el
corazón y riega la vida de cada uno en esta casa; sus pupilas siguen asomando
como prolongación de nuestra mirada; las confidencias que con ella compartimos
permanecen siempre como fuerza en el espíritu común. ¡Vive, vive en el aire y
en la luz!
Para nosotros fue
lumbre iluminadora; seguiremos siendo día, inmenso día de manos unidas y
corazones abrazados donde el amor de la familia continúe creciendo más allá de
las estrellas.
Javier Agra.
¡Qué bonito! Ya sé que es una perra, pero a mí me gustaría que mis hijos y nietos me escribieran algo así cuando muriera. Saludos.
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