En la Coma de San Adrián. Ahí estamos los dos montañeros
sorteando las plantas de edelweiss, al fondo del primer valle encontramos las
ruinas de lo que fue la ermita de San Adrián. En nuestra mente se mezclan
leyendas e historias antiguas. El gigantón Ome Granizo que, cuando se enfada,
sopla furioso y golpea las paredes del Turbón, entonces provoca tormentas…aún
hoy aseguran que se le escucha exclamar, entre gritos y lamentos: ¡Soy el
Turbón, el mejor monte de Aragón! Nosotros somos respetuosos con la montaña por
si se enfurece en esta risueña mañana de luz. También estamos atentos por si
vemos algún duende o algún hada de las “encantarias” de origen dudoso pues
parece que son damas que no consiguen liberarse de algún encantamiento.
Coma de San Adrián vista desde el Collado superior, al
sur del valle justo antes de comenzar la subida definitiva hacia la cumbre del
Turbón.
Acaso para liberar a la comarca de estas y otras malas artes,
en la primera mitad del siglo doce el monje Pedro dejó su monasterio de San
Victorián de Asán y llegó para vivir como ermitaño. Todas las épocas tienen su
construcción volcánica, pero ¡anda que el guerrero siglo doce! Luchas de
conquistas y reconquistas, peleas contra
las furias de la naturaleza, flagelantes con sus extravagancias, peligrosos
peregrinajes… y el ecológico San Francisco de Asís – que personaje más
agradable –. Pues aquí tenemos al ermitaño Pedro en medio de este bellísimo
paisaje dedicando un pequeño templo románico a San Adrián, aquel mártir
cristiano de finales del siglo segundo: dicen que era hijo del césar Probo, le tocó dirigir las
persecuciones contra los cristianos decretadas por Maximiano y Galerio; añaden
las crónicas que ante la entereza de los mártires, él mismo se hizo cristiano
por lo que fue hecho prisionero, le arrancaron a trozos la carne pero no la fe
y finalmente lo decapitaron el año trescientos seis, era el ocho de septiembre.
Ruinas de la ermita de San Adrián. El personaje que aquí
veis no es el monje.
Así pues, nuestro ermitaño dormiría entre ramas de boj y
aliagas y subiría del monte más bajo algún tronco de enebro y de sabina. Jose y
yo, nos sentamos a contemplar los restos románicos de esta pequeña construcción
de la que aún permanecen unas hileras de sillares perfectamente visibles en su
ábside orientado al este como en la mayoría de los templos cristianos porque es
el lugar por donde sale el sol que simboliza a Cristo resucitado, una pequeña
ventana orientada al sur y un par de incipientes columnas en este pequeños
recinto de planta rectangular.
Solamente queda esto de los sillares del ábside. A la
derecha se entrevé la ventana que abre hacia el sur.
Nosotros lo vimos porque subimos al Turbón, verdadero interés
de la jornada; esta parada es una anécdota a mil novecientos metros de altura,
en las ruinas del templo más alto de Aragón actualmente en desuso y que es
necesario buscar para fijarse en él. ¡Cuántas historias han ocurrido desde que
Gaufrido aquel obispo de Barbastro lo consagrara como templo en el año mil
ciento cuarenta!
Hoy tal vez las oraciones del anacoreta puedan escucharse
mezcladas con los lamentos de brujas y demonios expulsados por la fuerza de la
oración. Nosotros echamos un trago de agua al lado de la fuente que surge
poderosa junto a las ruinas de San Adrián y de la que se dice que concede un
deseo si se tiene paciencia para sacer tres puñados de arena de su fondo. A mí
no se me concederá tal deseo, pues llevado de la curiosidad aunque frenado por
la prudencia mojé la mano y retiréla de inmediato ante la frialdad del agua que
mana directamente de las gélidas nieves.
Fuente de San Adrián.
Dejamos a las marmotas y los tejones y descendimos por la
margen izquierda del agua musical, los ojos atentos por si encontrábamos alguna
de aquellas finísimas telas blancas que lavaban las encantarias y aseguran que
sirven para liberarse de los encantamientos de las brujas, no encontramos
ninguna; afortunadamente tampoco nos topamos con ningún brujo ni bruja. Sólo
escuchamos nuestra conversación y la leve flauta de la suave brisa de la tarde
mientras pisábamos hierba de estos días en el mismo lugar donde llevan los
humanos siglos de pisadas. Luego, cuando caiga la tarde y salgan los seres
mitológicos a pasear tal vez pongan música la lechuza y el búho real, volarán
el águila y el cernícalo buscando ratones y conejos y vendrán también sarrios y
rebecos a triscar la dulce hierba del frondoso pastizal que llena de vida la
belleza de recuerdo eterno en la Coma de San Adrián.
Cima del Turbón.
Javier Agra.
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