martes, 27 de agosto de 2013

EL TURBÓN: RUINAS DE SAN ADRIÁN.

En la Coma de San Adrián. Ahí estamos los dos montañeros sorteando las plantas de edelweiss, al fondo del primer valle encontramos las ruinas de lo que fue la ermita de San Adrián. En nuestra mente se mezclan leyendas e historias antiguas. El gigantón Ome Granizo que, cuando se enfada, sopla furioso y golpea las paredes del Turbón, entonces provoca tormentas…aún hoy aseguran que se le escucha exclamar, entre gritos y lamentos: ¡Soy el Turbón, el mejor monte de Aragón! Nosotros somos respetuosos con la montaña por si se enfurece en esta risueña mañana de luz. También estamos atentos por si vemos algún duende o algún hada de las “encantarias” de origen dudoso pues parece que son damas que no consiguen liberarse de algún encantamiento.

Coma de San Adrián vista desde el Collado superior, al sur del valle justo antes de comenzar la subida definitiva hacia la cumbre del Turbón.


Acaso para liberar a la comarca de estas y otras malas artes, en la primera mitad del siglo doce el monje Pedro dejó su monasterio de San Victorián de Asán y llegó para vivir como ermitaño. Todas las épocas tienen su construcción volcánica, pero ¡anda que el guerrero siglo doce! Luchas de conquistas  y reconquistas, peleas contra las furias de la naturaleza, flagelantes con sus extravagancias, peligrosos peregrinajes… y el ecológico San Francisco de Asís – que personaje más agradable –. Pues aquí tenemos al ermitaño Pedro en medio de este bellísimo paisaje dedicando un pequeño templo románico a San Adrián, aquel mártir cristiano de finales del siglo segundo: dicen que era hijo del  césar Probo, le tocó dirigir las persecuciones contra los cristianos decretadas por Maximiano y Galerio; añaden las crónicas que ante la entereza de los mártires, él mismo se hizo cristiano por lo que fue hecho prisionero, le arrancaron a trozos la carne pero no la fe y finalmente lo decapitaron el año trescientos seis, era el ocho de septiembre.

Ruinas de la ermita de San Adrián. El personaje que aquí veis no es el monje.


Así pues, nuestro ermitaño dormiría entre ramas de boj y aliagas y subiría del monte más bajo algún tronco de enebro y de sabina. Jose y yo, nos sentamos a contemplar los restos románicos de esta pequeña construcción de la que aún permanecen unas hileras de sillares perfectamente visibles en su ábside orientado al este como en la mayoría de los templos cristianos porque es el lugar por donde sale el sol que simboliza a Cristo resucitado, una pequeña ventana orientada al sur y un par de incipientes columnas en este pequeños recinto de planta rectangular.

Solamente queda esto de los sillares del ábside. A la derecha se entrevé la ventana que abre hacia el sur.


Nosotros lo vimos porque subimos al Turbón, verdadero interés de la jornada; esta parada es una anécdota a mil novecientos metros de altura, en las ruinas del templo más alto de Aragón actualmente en desuso y que es necesario buscar para fijarse en él. ¡Cuántas historias han ocurrido desde que Gaufrido aquel obispo de Barbastro lo consagrara como templo en el año mil ciento cuarenta!

Hoy tal vez las oraciones del anacoreta puedan escucharse mezcladas con los lamentos de brujas y demonios expulsados por la fuerza de la oración. Nosotros echamos un trago de agua al lado de la fuente que surge poderosa junto a las ruinas de San Adrián y de la que se dice que concede un deseo si se tiene paciencia para sacer tres puñados de arena de su fondo. A mí no se me concederá tal deseo, pues llevado de la curiosidad aunque frenado por la prudencia mojé la mano y retiréla de inmediato ante la frialdad del agua que mana directamente de las gélidas nieves.

Fuente de San Adrián.


Dejamos a las marmotas y los tejones y descendimos por la margen izquierda del agua musical, los ojos atentos por si encontrábamos alguna de aquellas finísimas telas blancas que lavaban las encantarias y aseguran que sirven para liberarse de los encantamientos de las brujas, no encontramos ninguna; afortunadamente tampoco nos topamos con ningún brujo ni bruja. Sólo escuchamos nuestra conversación y la leve flauta de la suave brisa de la tarde mientras pisábamos hierba de estos días en el mismo lugar donde llevan los humanos siglos de pisadas. Luego, cuando caiga la tarde y salgan los seres mitológicos a pasear tal vez pongan música la lechuza y el búho real, volarán el águila y el cernícalo buscando ratones y conejos y vendrán también sarrios y rebecos a triscar la dulce hierba del frondoso pastizal que llena de vida la belleza de recuerdo eterno en la Coma de San Adrián.

Cima del Turbón.



Javier Agra.

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