jueves, 19 de septiembre de 2013

ANETO: TAMBIÉN TIENE LEYENDAS

Habíamos salido del refugio de la Renclusa. La tarde oscurece en brillos amarillos y verdes de hierba y pino sobre la falda del monte. Sonido de agua en derredor y Jose y yo mirando hacia los Portillones camino del Aneto. Mañana será la fatigosa marcha. ¿Qué hemos de preparar? ¿Qué tenemos que cuidar? La mochila está revisada y los crampones dispuestos. Saldremos al despuntar la aurora.

Dicen que cuando la diosa Pirene concluyó sus fuegos iniciales comenzó a nacer la alegría, las carcajadas de los atlantes formaron las primeras montañas, de las sonrisas nacieron las flores y las aves. La diosa encargó al gigante Atlant – simpático anciano de barba blanca – que construyera un hermoso castillo para que habitaran los primeros mortales en la zona. (Tengo para mí, que el Turbón es una maqueta que realizó como prueba de bellísimo castillo). Este gigantón era capaz de encantar a las cumbres y éstas caminaban de un lugar a otro: todos sabemos que el monte Perdido probó diferentes emplazamientos antes de decidirse por el lugar que actualmente ocupa.

Hermosas y relajantes vistas desde la cima del Aneto.


Si hoy las montañas ya no se desplazan, al menos durante las horas en que las observamos los montañeros, es por un acontecimiento terrible. Por aquellas montañas vivía un gigante que tenía muy mal carácter y era envidioso. Un atardecer Netu, que así se llamaba nuestro personaje, mató de un flechazo a Atlan; los dioses de las montañas se enfurecieron y lo atravesaron con un potente rayo. Fue tan grande el dolor de aquellas montañosas tierras que se retorcieron entre alaridos y Netu terminó sepultado entre los temblores doloridos de las montañas. Aún hoy, los montañeros podrán ver el corazón del gigante Netu escapando de su cuerpo y el brazo en actitud de recogerlo; así se formó, lectores míos, el llamado paso de Mahoma y la cumbre del Aneto.

¿Será la nieve de estos glaciares un recuerdo de las blancas barbas del buen gigante Atlant? No es fácil llegar hasta ellas para comprobarlo.


Dicen también que las perpetuas nieves del glaciar que hemos de pasar para llegar a la cumbre son las mismísimas barbas del buen Atlan, allí quedaron en forma de nieve para memoria eterna de la bondad creadora. El sepultado Netu, al que de inmediato se conoció como Aneto, era de temperamento hostil e insociable. Ya en vida, era temido por los lugareños que no se atrevían a adentrarse en su territorio. Cuentan que un día se acercó a él un peregrino solicitando alimento, porque se había desorientado por aquellos peñascos. Ñetu se lo negó y el peregrino exclamó: “tienes un corazón duro, más terrible que estas rocas de los contornos. Las rocas claman contra la dureza de tu corazón y piden que se perpetúe tu falta de humanidad en una montaña inmensa de piedra” Netu quedó petrificado.

Naturalmente, el malvado Netu al que llamaremos, para entendernos, Aneto, suplicó por su renovación y su bondad, desde su nueva situación pedregal. Evidentemente, nadie le va a negar la posibilidad de reivindicarse socialmente, por eso hoy somos muchos los que vamos a recorrer sus senderos y contarle que siempre es posible iniciar otro modo de convivencia, otra forma de organizar la sociedad en la que todos tengamos espacio, alimento y dignidad. Hoy somos muchos los que lo visitamos, pero las primeras expediciones tienen su historia y un inmenso esfuerzo. Todos los comienzos tienen su trabajo y su fuerza de voluntad contra la molicie que nos hace cómodos e inmovilistas.

La cima del Aneto. Fotografía que también acompaña uno de mis recientes textos.


La palidez del silencio aparece sobre los últimos brillos del sol de las montañas del Pirineo. Mañana subiremos buscando senderos, después de decenas de años y rutas aún es difícil el ascenso hasta el Portillón Superior, aún es necesario decidir cada pisada porque aunque quienes fueron antes que nosotros nos han marcado camino, permanece nuestra libertad de elección; todos queremos llegar, es necesario el valor del camino. Mañana madrugará la esperanza de los montañeros y haremos cumbre y volveremos al atardecer al Refugio de la Renclusa flanqueados por el armiño y la lagartija y veremos plantas de carpelos velludos y colores iluminados por la sonrisa de la vida.  Ahora, que han pasado varios días, puedo aseverar esta frase en tiempo futuro.

Para terminar, esta fotografía de un primer plano de la belleza del Rododendro. Tal vez las flores ponen cordura en esta andante aventura de los montañeros que se visten de locos y hablan con las luces de las estrellas y los silbidos del aire. Tal vez en el silencio de la montaña encontramos ecos de las palabras de los diccionarios. Los montañeros aprenden otros significados de amor, gloria, sudor, respeto, temblor…


Javier Agra.

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