Sentados a mil ochocientos ochenta metros, en el Collado del Miradero
podemos ver diferentes opciones y caminos. Es un gran mirador el Miradero. Estamos
buscando la mejor propuesta para regresar a través de la Senda de los
Gavilanes. Hoy tenemos tiempo. Lo natural es que las personas tengamos tiempo
en la vida, necesitamos sosiego, calma, constancia, amor. Estamos en esta
altura aislada entre el silencio y la soledad, entre la brisa y la paz.
Buscamos con la mirada alguna señal que nos lleve a cruzar el Arroyo
de los Gavilanes en su parte baja, sin necesidad de llegar a esa media altura
donde siempre existen senderos alternativos. Ahí está una hilera de mojones que
nosotros seguimos con pericia y sin la menor inseguridad. En esta relajación de
la alta meseta nos encontramos a un paseo de la ciudad de Madrid (paseo de
varias horas, pero paseo a la postre) pero a una distancia de siglos del tiempo
apresurado de la ciudad y de la urgencia por lo inmediato en la que vivimos
cada día.
Sentado a la entrada del vivac de los Hoyos de la Sierra, así
parece que se llama este remansado lugar.
Cruzamos el Arroyo de los Gavilanes y enseguida encontramos el vivac
que estamos buscando. Nos acercamos a inspeccionar su interior, nos podemos
sentar y ocupar el tiempo en recuerdos ancestrales de la humanidad; hoy
paseamos por un lugar donde el tiempo se mide lo mismo que hace cuatro mil
años, sin otro reloj que el sol y el viento libre que viene y va, sabemos que
es nuestro siglo porque hemos cambiado los mamuts por cabras montaraces. Aquí
queda este lugar como opción por si alguna persona lectora quiere metamorfosear
sus urgencias en la calma del anacoreta.
Estamos en un hermosísimo y poco conocido valle. Cruzamos las
cantarinas aguas del Arroyo de la Covacha y entretenemos un instante en busca
de tritones y salamandras que no encontramos; nuestra búsqueda nos suspende en
la fraternal nostalgia del universo que parece inmaterial e inmóvil, pero
sabemos que su cambio es constante aunque imperceptible. Seguimos hasta
encontrar el Arroyo de los Hoyos. Delante de nosotros tenemos el pluviómetro
que habíamos visto desde la altura de la cumbre y nos sirve de referencia para
desviarnos hacia la profundidad del agua donde juega una
briosa cascada antes de reposar en el traslúcido misterio de la cristalina poza de Los Baños de Venus.
Cascada de Arroyo de Los Hoyos y Baños de Venus. A Venus no la
incluimos en la fotografía. Nos pidió continuar manteniendo en secreto su cuerpo
de blandura de seda, obramos como discretos y servimos a su voluntad. Estos
dichosos rincones muestran el tiempo con otra cadencia; el corazón se acompasa
a la pausa del aromático sosiego y ocupa los minutos en cánticos e himnos de
inenarrable gozo.
Nos apartamos solamente unos
metros de la soledad del Baño de Venus, para ver de cerca otro lugar de
recuerdos imborrables. La Torre de Francisco Caro perpetúa la memoria de este
mítico e incansable escalador de la Pedriza.
Para esta jornada aún tenemos otro objetivo que estamos cercanos a
cumplir. Dejamos atrás la emblemática Torre de Francisco Caro y ya estamos
buscando la Majada de los Gavilanes. Es un lugar de fácil acceso, allí nos
sentamos a comentar la grandeza imperceptible de estar siempre atentos a las
necesidades más urgentes de las personas. Durante la Guerra Civil española, el
cabrero, que pasaba largas temporadas por estos andurriales, se ocupó de guiar
por la Sierra a quienes preferían pasar de una zona a otra, según fueran sus
intereses y voluntades. Cuentan además, que una madrugada lo encontraron asesinado
y nada se supo del autor o autores de tal felonía; nunca aparecieron tampoco
las pocas monedas y objetos de valor que le reportaba su desinteresado servicio
a cuantos pedían su socorro. La leyenda del cabrero de la Majada de los
Gavilanes se va agrandando más allá del tiempo para hablar del tesoro del
cabrero, que aún sigue escondido en algún ignoto lugar de la Sierra.
A la puerta de la Majada de los Gavilanes rendimos un homenaje a
la solidaridad humana.
Desde la Majada de los Gavilanes retomamos la Senda de los Gavilanes
sin desplazarnos más de veinte metros y, escuchando las dulces melodías del
Arroyo del Chivato, llegamos, sin más aventuras que contar ni otras noticias
dignas de ser reseñadas en esta verídica y verificable historia, a las Zetas de
la Pedriza junto al mencionado arroyo. Llegamos a la hora del yantar, cuando el
sol busca su cénit sin mayor oposición. Nosotros desde luego no tenemos nada
que oponer a su lento y largo recorrido en esta primavera fogosa.
Lo que si hacemos, con regocijo y un si es no es de apetito, es
sentarnos a una sombra y dar cuenta del alimento que llevamos en estas modernas
alforjas que usamos los montañeros. Estamos a poco más de noventa minutos del
bar de Canto Cochino a donde llegaremos, después de diversos atajos bien
visibles, para sonreír nuestra exitosa jornada con el aroma de un café.
Javier Agra.
¡Cómo me ha gustado Javier!
ResponderEliminarEs un impacto el leer tan pausadas líneas, tan sabias reflexiones. Es una clara invitación a pensar ¿por qué corremos? ¿hacia dónde? ¿hacia qué? Vamos como locos de pensamiento, obra y omisión, sin reparar en el verdadero tiempo que tan bien describís en tu relato. El tiempo de las montañas, de las piedras, del viento.
Una lágrima casi se asoma al verte sentado ahí, con toda tu paz en el regazo.
¡Qué ser especial sos Javier Agra!
Un saludo.
Gracias, amiga mía por tus comentarios llenos de vida y apoyo. Trabajar desde la belleza para que el mundo sea más feliz y nos unamos a la naturaleza es hermoso y nos hace más personas. De esa manera de trabajar para mejorar el mundo, tú sabes mucho.
ResponderEliminarUn abrazo: Javier Agra.
El cabrero era mi bisabuelo. Pasa a gente del bando nacional que huía de Madrid en dirección a Segovia. Mi abuela nos contaba que nunca vieron ningún dinero, pero que la gente a la que ayudó le ofrecieron trabajo en el lado nacional, que el rechazó para volver con su familia. Una de las personas a las que ayudó, de mote Frascuelo, se fue de la lengua y dos policías disfrazaron hirieron a mi bisabuelo. No se sabe a ciencia cierta có murió. Parece que llego a escapar herido pero que le descubrieron y remataron posteriormente
ResponderEliminarSeguiremos buscando el inmenso tesoro que nos legó tu bisabuelo, que no eran monedas ni dineros; era un corazón solidario y valeroso, era el deseo de paz.
EliminarGracias por tus palabras: Javier Agra.
Fue asesinado por policias que vinieron de Madrid a por él, también asesinaron a su hijo mayor después de torturarle. Un nieto suyo.
EliminarSeria posible conseguir un track para llegar allí nunca lo he encontrado o he buscado en el lugar equivocado
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