Desde Madrid, bajamos por las Siete Revueltas ya entre los pinares de
Valsaín y aparcamos en el área recreativa de Los Asientos. Apenas son la ocho y
media cuando comenzamos nuestra ruta; entre nuestra respiración y las
conversaciones de los pájaros no se interpone ningún sonido desagradable.
Nuestro silencio y la conversación de las aves se entrecruzan con el brillante
verde de la matutina naturaleza. El río Eresma tiene un sonido profundo y ágil
camino de la cercana población de la Granja.
Esta jornada vamos a compaginar el sosegado y llano paseo por las
Pesquerías Reales con la subida a la Camorca y otras cumbres. Esta primera
parte de la jornada está preparada para que los paseantes, que llegarán aquí en un par de horas, puedan
disfrutar de entorno. Caminamos aguas arriba del Eresma con el río a nuestra
derecha por este mismo lugar donde hace doscientos cincuenta años pescaba aquel
rey de España Carlos III, al que se le llamó el Político y también el Mejor
Alcalde Madrid.
La Pesquerías Reales inician su andadura en el Embalse del Pontón
cuando el Eresma ha superado la Granja; nosotros arrancamos, como dicho tengo,
en Los Asientos, retrocederemos más tarde para contemplar otro lugar. De
momento gozamos, abierta la boca y el espíritu recorriendo las copas de los
pinos, entre le piar intenso de las aves de la mañana tranquila; saben los
pájaros que aún tienen algunas horas antes de que se pueble este dormido río de
sonidos humanos; sabe la naturaleza que cuando se llene este lugar, de coches y
personas, ni su profundísimo sosiego será suficiente para limpiar el aire de
gritos humanos.
Sobre el puente de Navalacarreta
Sobre el puente de Navalacarreta cruzamos a la otra margen del Eresma entre
el fértil suelo moldeado por el agua y los vientos; el aire se llena de trinos
de arrendajo, canciones de ruiseñor, musical colorido del herrerillo, el
siempre escondido y presente carbonero en continua conversación antes de
dedicarse a la limpieza del pinar. El puente es un compendio de la naturaleza y
del trabajo humano, entre granito y gneis, para embellecer el corazón que ya es
paisaje y persona.
Antes de llegar a La Boca del Asno, nos detenemos en la Barca para
contemplar el escudo del rey. Aquí, cerrados los ojos, escuchamos lamentos,
quejas y anhelos de la historia: Porque si el escudo está hecho sello en esta
enorme roca, la palabra y la esperanza vuelan entre los pinos y el agua; la
palabra se ha hecho águila para continuar imperecedera su vuelo, hasta el final
del tiempo, siempre luchadora y siempre anhelando paz y libertad.
La Barca es una enorme roca de granito con la forma que le
da nombre: tiene tallado el escudo real.
Dicen que se llama Boca del Asno porque desde este punto semeja la
quijada de ese sosegado animal. ¡Ay mi infancia! Yo que nunca ha viajado a
caballo, me he desplazo cientos de veces sobre el lomo de un burro. Mis
recuerdos de infancia comienzan a lomos del burro cano y pardo que estaba en
casa de mis padres: pisaba con precaución sobre la nieve para que no resbalara
el niño que llevaba a la Ercina a visitar al médico y poner la inyección
semanal, viaje que repitió largos meses, sobre las piedras o sobre la nieve.
¡Ay mi infancia! Antes de que llegaran la carretera y la luz a Acisa de las
Arrimadas.
Aquel niño creció en edad, poco en tamaño; aquel niño sigue
recordando con cariño el asno amigo de la infancia, el gato posterior, las
vacas, las gallinas… PIPA de caricias más cercanas.
Las aves, el río, las criaturas invisibles de la montaña están
celebrando un concierto de lírica y color. Los montañeros podríamos seguir aquí
trescientos años, como si fuéramos nuevo Abad Virila. Elevarnos hasta las
celestes visiones, descender a los oscuros sótanos de la tierra para coser el
mundo en armonía. Entre el sol y el pinar conversamos con las aves, a esta hora
aún se atreven a decir palabras de ánimo a los primeros paseantes; a esta hora
de sosiego la naturaleza conversa y escucha. Podríamos anidar en este solaz,
pero hemos venido para continuar, porque más allá de la contemplación tenemos
necesidad de actuar.
Poco a poco estamos llegando al puente de Los Vadillos. Un poco más
arriba, el río tomará el nombre de Eresma cuando se junten el Arroyo del
Telégrafo y el Arroyo del Puerto del Paular. De todos modos si le llamamos
Eresma desde sus fuentes diferentes en diversos inicios, nadie se va a
extrañar. Llegados, pues, al puente de los Vadillos abandonamos la melodía
rumorosa del agua y emprendemos la subida hacia las cumbres de la Camorca. Sale
una senda haciendo ángulo recto monte arriba, esa es nuestra ruta; enseguida
tendremos que desviarnos por el sendero de la izquierda…
Javier Agra.
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