Frente al Puente de los Vadillos, sale una senda monte arriba que nos
llevará a la Camorca. Conviene ir atentos para no extraviar la ruta pues son
múltiples los cruces y desvíos que nos encontraremos en nuestra ruta en un
primer momento. Unos cuantos metros más arriba abandonaremos esta senda que sigue
bien señalizada pero nos desvía del objetivo. Aquí encontramos dos senderos que
inician su andadura hacia nuestra izquierda, los montañeros dudamos porque
nuestra mente piensa posibilidades y mide consecuencias. De las dos elegimos
(según criterio de los mapas) la ruta que sube ligeramente hacia la derecha.
Superada esta encrucijada, parece que no es fácil perder el camino. Ha
variado el sonido, ahora el agua musita a lo lejos otro arroyo y, a él nos va
llamando, hasta que cruzamos en el Arroyo de Las Pamplinas, aquí comienza un
fuerte ascenso, para llegar hasta la Pradera del Cochino, que nos hace
resoplar. El pinar de Valsaín es uniforme en su silente belleza; los montañeros
descubren, en su lenta subida, un pino que rompe esta armoniosa dulzura; los
montañeros preguntan a los pinos qué hace, en medio de ellos, un pino
diferente; los montañeros entienden la respuesta: aunque sea distinto pertenece
a la misma hermana y madre naturaleza; los montañeros agradecen la lección y continúan
su marcha, monte arriba, después de esta parada para la conversación.
La caseta del
Refugio. Al fondo, Siete Picos
Repecho arriba se ha calmado el desnivel. Los montañeros contemplan la
hermosísima explanada que nos acercará a la cima. Desde este lugar, la vista nos
coloca entre el asombro y la dicha. A esta altura ya estamos en la soledad de
la montaña; desde el silencio podemos dedicarnos a escudriñar detrás de los
pinos por si alguno esconde los juegos del dios Pan. Acaso sobre estos riscos
finales está camuflada la ninfa Pitis, para siempre transformada en pino, hoy
en silencio pues tampoco el celoso Bóreas ronda por las cumbres. El pino sigue
con su hoja incólume al tiempo y, desde las divinidades griegas, mantiene este
misterio de la vida que camina siempre en imperceptible mutación, siempre en
presente acto vivo pese a los vientos y tempestades de las cumbres.
Refugio de la Camorca
Estamos paseando por esta poética Arcadia, que viene a ser con
diversos matices como Jauja o Utopía. Aquí bailan al mismo ritmo aves rapaces y
jabalíes, ciervos y mariposas. Aquí la vista es limpia y cercana, las cumbres
de Guadarrama llegan hasta la Camorca para conversar en las noches de luna
mientras los humanos se esconden en alejadas moradas. Peñalara llega sacudiendo
su nieve de primavera, desde lejos se escucha la plática con las cumbres de la Cuerda
Larga; Siete Picos viene saltando su cresta de dragón de siete lanzas; Montón
de Trigo sin despeinarse un punto llama insistiendo para despertar dulcemente a
la Mujer Muerta (por eso sabemos que no está muerta, solamente duerme).
La Pinareja, una de las dos cimas de la Mujer Muerta (la otra
es El Oso)
Los Pinares se extienden por el Arroyo de la Acebeda; esconden
misterios, magia y arquitectura; un azud que ahora llamamos acequia hace barrera
y embalsa las aguas que hace dos mil años llegaban sabiamente encauzadas hasta
el acueducto de Segovia. Los montañeros nos despedimos de la cima y regresamos
por la vertiente segoviana sobre la calzada romana. Dejamos atrás El Cerro
Pelado, con sus tristes heroicas reseñas de guerra, y nos decidimos a buscar
una bajada que nos conducirá hasta las cercanías de la Boca del Asno. Creo ver
a lo lejos a Pan tocando una siringa, mis compañeros de jornada me descubren
que se parece mucho más a un joven ciervo: yo lo acepto…pero me hubiera
agradado más descubrir al dios persiguiendo a la náyade Siringe, de bellísimo
aspecto, antes de metamorfosearse en el cañaveral de la siringa. ¡Qué
emocionadas lecturas de la Metamorfosis de Ovidio!
En la cumbre de la Camorca. Llegan también algunos ciclistas. Al fondo las montañas de La Cuerda Larga.
El pneuma está cargado de vida en estas montañosas cumbres. Pero como
también tenemos cuerpo, nos sentamos en una sombreada ladera a reponer fuerzas
mientras conversamos. Ladera abajo encontramos una senda amplia y bien dirigida
que nos conduce hasta el arenoso río Eresma frente a su puente en Boca del
Asno. Llegamos a los Asientos y aún nos quedan fuerzas para retozar la vista y
el espíritu con otra de las construcciones de estas pesquerías Reales. De modo
que caminamos unos pocos minutos más para contemplar de cerca el Puente
acueducto de Los Canales con el que llevaban agua desde este río hasta el
Palacio de Valsaín, del que hoy solo queda la memoria y alguna recóndita piedra
dormida entre el musgo del tiempo.
Aquí estamos, sobre el Puente acueducto de los Canales.
Javier Agra.
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