lunes, 5 de julio de 2010

RECUERDOS DE PIPA (IX)

-->Hace pocos días fue mi segundo cumpleaños. He descubierto grandes amistades en el parque donde paseo a diario; está Munia, en quien he encontrado la amistad serena, casi tres años mayor que yo; me habla de grandes posibilidades por la sierra de Madrid. Hemos quedado en poner en contacto a la gente con la que vamos a pasear para que nos lleven al monte: los hombres de la casa son muy andarines y aún montañeros, pero no se deciden a contarse sus búsquedas entre la naturaleza y los pinos.


Me paso la vida hablando de la Sierra y plasmo aquí una panorámica del mar de Tenerife. Mira con calma lector y disfruta del sosiego de la inmansidad.

Claro que es una situación muy frecuente en los humanos, son capaces de viajar a diario en el tren o de cruzarse en la calle e ignorarse absolutamente. Dicen que es fruto del adelanto social, tal vez; seguramente hace no muchos años era señal de buena educación dedicarse un signo de reconocimiento: ya los antiguos griegos enmarcaban estos detalles en lo que ellos denominaban la estética de la vida, que ocupaba todos los aspectos donde no llegaba la ética.

Tenían cosas dignas de recuerdo los griegos. Alguna vez, cuando todos duermen en casa, ojeo alguno de los varios libros que andan en la estantería sobre el pensamiento griego, para familiarizarme con los textos y el modo de vivir que se descubre a través de los mismos. Seguramente eran personas serenas, sin las urgencias de los relojes: Parménides, Heráclito, Sócrates y tantos otros. Tiemblo también cuando me detengo a pensar en las brutalidades que se narran en sus épicos libros de historia.

Parece, no obstante, que los humanos han recorrido la historia entre las atrocidades y la esperanza subterránea que, no pocas veces ha producido brotes de paz: estoy pensando ahora en Diógenes o en el mismo San Francisco de Asís: la austeridad consiste en necesitar pocas cosas y aún esas, pocas veces. Siempre andan los humanos detrás de ponerse de acuerdo en algo que les de identidad común. El año dos mil dos – del que estoy hablando – pusieron en Europa el Euro para entenderse todos con la misma economía, mientras en España se prohibía la venta de todo tipo de gasolina con plomo; claro que en Australia se pasaron el mes de enero entre fuego devastador y en Turquía el tres de febrero se produjo un terremoto con casi cincuenta muertos.

Marta Domínguez – mira que admiro a esta mujer y a otros cuantos atletas – consiguió en Sevilla otro récord nacional de velocidad: eso lo entiendo menos porque ¿para qué correr si el futuro viene inexorablemente aunque no se le llame? Tampoco es bueno detenerse, no sea que el presente siga su ritmo y nos deje atrás. Tal vez para no perderse, los humanos de la NASA, han comenzado a cartografiar la superficie de Marte – que también se necesita tener ganas –.

Se han muerto Camino J. Cela y Adolfo Marsillach. Mi nivel de lectura ya me había permitido terminar más de cuatro obras del premio nobel literario; a la sombra de los plataneros, me cuentan grandes actuaciones del también autor teatral: para siempre quedará en mi memoria su trabajo de Harpagón en el Avaro de Molière. 


En fin, cosas y cosas. No pocas veces para tratar de ocultar la falta de silencio que hace crecer y crear al espíritu. Si me gustan los paseos es, fundamentalmente, porque puedo encontrar en el silencio vespertino, esa cercanía con la tierra toda de la que formamos parte, igual que las hormigas y el sol cálido o la nevada que mantiene mi piel fresca. 

Javier Agra 

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