jueves, 1 de julio de 2010

DE MORCUERA AL PAULAR

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Todo es comenzar. Cuando nadie te dice que es imposible, sigues animado porque sabes que puedes; así lo ha planteado tu espíritu y por eso continúas. 
Hemos dejado los coches repartidos entre el Paular, lugar de recogido descanso, y el puerto de la Morcuera, desde donde iniciamos nuestra bajada por el valle del Lozoya entre sosegados pinares. Desde el Albergue sale una senda ancha: GR 10 bañada por el río de la Angostura, juega con nosotros al escondite durante gran parte de su recorrido que realiza desde el Puerto de Cotos hasta el pueblo de Rascafría. 


Recorremos un valle de origen glaciar con plegamientos tectónicos – estos detalles los pongo de memoria, así es como me los han contado Jose, nuestro guía de montaña, y Rocío Codes, compañera que sabe multitud de datos sobre la tierra y sus suspiros – que hacen de su figura un canto poético a la tierra. De Rocío he aprendido también a apreciar la sonrisa y el brillo de la paz. He aprendido tantas cosas de los compañeros con los que comparto trabajo que no sabría expresarlas con mis reducidas expresiones de modo que lo encerraré en el sueño de mi corazón, para que desde él se expanda a toda la tierra.


Subimos – fueron los únicos metros de subida durante el recorrido – hasta el alto del Purgatorio. Ciertamente es una reducida altura, pero la vista es inmensa: vamos descubriendo que también lo pequeño puede resultar inmenso. Hacia un lado el Arroyo Aguilón que, enseguida, formará las cascadas del Purgatorio: recodos inmóviles a través del tiempo y aves bulliciosas de movimiento perpetuo, conviven en vida y roca. La naturaleza cuenta, en silencio, misterios de convivencia; hacia el otro lado continúa el pinar, el monte, el futuro sin fronteras.


Y nosotros, sentados entre el pensamiento y la palabra, sonreímos y comemos galletas de chocolate. Siempre con sosiego y con la mano tendida, porque la tierra es mano y sosiego; ahí está siempre señalando caminos posibles e imposibles para nuestra andadura. Como también nos gusta inventar, decidimos volver al camino – que sabemos está allá abajo – por entre los pinares y su sombra. Los perros nos marcan rutas, los perros van felices: saben que contamos con su ancestral visión de conjunto para salir de cualquier atolladero.


Ya estamos a la altura del Arroyo Aguilón. Aquí mismo, entre la piedra y el musgo, vamos a comer: los perros agradecen la elección del lugar, tienen el río a su disposición. Juegan e inventan estilos no olímpicos de natación. Bucles de perros y agua se están secando en las rocas, canciones de álamos y pinos arrullan su descanso. Terminamos el condumio y miramos más allá de los ojos, más allá de los colores, más allá del silencio y el susurro. Pero tenemos que continuar, la vida es siempre más allá. Por el puente del Perdón, salimos al monasterio del Paular: lo que fue y lo que será unidos en la piedra y la historia.

Javier Agra   

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